martes, 31 de enero de 2012

Botella

Hacía muchísimo frío en la mañana, pero no podía perder más tiempo. Salió, sin querer salir, Rodrigo. Llevaba una botella bajo el brazo, con un corcho que la tapaba y que impedía que el mensaje que protegía se saliera. Pensó algo así como "ojalá alguien algún día lo lea", porque, en realidad, no tenía ningún destinatario en mente; ni cuando lo escribió, ni cuando hizo del papel un rollito, ni cuando le puso el tapón a la botella, ni cuando salió a la calle esa fría mañana.
Se subió a su bicicleta, puso la botella bajo el tubo perpendicular que une las dos llantas, en donde en ocasiones guardaba una botella de agua (ahora guardaba un mensaje), y se echó a andar. Por ir pensando en cosas que reverberaban como el eco de una noche sin sueño y llena de imaginación, no vio que la luz del semáforo se puso en rojo. Por ir recordando el sonido de la madrugada, no escuchó el camión que, certero, se acercaba cada vez más por su izquierda. Por sentirse en las nubes —iba contento— no sintió el golpe.
La botella, como él, como la bicicleta, quedó hecha pedazos. El papel, todavía un rollito, quedo empapado en rojo. Y la mañana, fría, adquirió un calor incómodo.
"Yo también te estoy buscando", decía el papel que nadie leyó.

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