domingo, 10 de febrero de 2013

Mariana (primera parte)


Drik Y Bord llegaron de muy lejos. Llegaron directamente a las coordenadas indicadas. Eran, con exactitud, las 9:30 de la mañana de un muy lluvioso día de abril. A esa hora, con ese clima y en ese lugar, ¿quién sería capaz de detectarlos? Nadie. Ambos pensaron que nadie.
Así, a velocidades absurdamente escandalosas, se dieron el gusto de merodear un poco por los alrededores del lugar en el que estrictamente --según la instrucción que habían recibido desde tan lejos, y unos minutos antes de llegar a la Tierra-- tenían que sumergirse hasta lo más profundo del mar.
Pero a Drik y a Bord les pareció divertido navegar, horizontalmente y a la redonda, los 603 kilómetros que debían descender de manera lineal y rigurosamente vertical. A esa hora y en ese lugar, ¿quién los vería?
Después de volar por los alrededores del punto de entrada por unos cuantos minutos, los astronautas decidieron bajar. Tan pronto como tocó el agua marina, la nave en que viajaban se convirtió en una suerte de esfera que iluminó el cielo más bajo de azul. El efecto de la luz de la nave convirtiéndose en submarino, combinado con la lluvia de aquél día nublado pintó un arcoíris espectacularmente extraño. El espectáculo que debió matar a por lo menos quince delfines (más por su velocidad que por su belleza) duró un segundo, tras del cual la nave-submarino comenzó a descender a más de 200 kilómetros por hora directamente hacia la puerta.
La presión del océano a 603 kilómetros de profundidad bien puede compararse con el peso de cargar 50 aviones jumbo. Lo más extraño ocurrió exactamente en el punto de contacto con la nave, quince minutos después de que llegaron al fondo de la trinchera de Mariana.

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